August 18, 2017

A punto de cumplir dos meses en casa y todavía me cuesta asimilar que ese es el nombre con el que debo referirme al lugar del que tan lejos he estado durante 302 días. Todavía  a veces me despierto sin saber muy bien dónde estoy,  las palabras se confunden entre idiomas y una sonrisa se dibuja en mi cara al recordar alguna historia que sé que nadie más podría entender.

Al fin y al cabo, ahora sí he aprendido en que consiste esa magia de la que me hablaban, la complicidad que solamente aquellos que hemos dejado todo atrás y empezado una nueva vida comprendemos.  «Nadie más lo entiende…», y es por eso que las palabras no son suficientes para explicar todo lo que he aprendido a alguien que no lo ha vivido, pero sin embargo ni siquiera hacen falta cuando la otra persona conoce a la perfección la experiencia, el ritmo acelerado del corazón al cruzar las puertas de salida y llegada de un aeropuerto, las lágrimas al dejar los dos lugares que siempre llamarás hogar, lo increíblemente insignificantes que pueden ser océanos y kilómetros si el querer lo puede todo…  Por no hablar de la fría sensación de echar de menos, morriña que después de estos diez meses me perseguirá hasta el resto de mis días.

Ahora presumo de saber apreciar el valor de las pequeñas cosas, del tiempo, de las personas, porque por mucho que lo deseemos con fuerza, nada es infinito. También he de reconocer que todavía no he aprendido a decir adiós, pero, al fin y al cabo, ¿existe alguien que sepa despedirse en condiciones? Supongo que siempre todos nos quedamos con las ganas de un par de segundos más para abrazar fuerte.

Sin embargo, ahora conservo una montaña de cartas escritas a puño y letra, fotografías Polaroid, recuerdos que me transportan a algunos de los momentos más especiales de mi vida y pedacitos de historias que ahora guardo conmigo. Al otro lado del océano vive parte de mi familia, y os aseguro que aunque ellos no lo sepan, también están aquí conmigo.

Me he acostumbrado a que las conversaciones a través de una pantalla nunca sean suficientes, a desesperarme con las diferencias horarias y a desear con todas mis fuerzas haber estado en esa fotografía en la que todos sonríen tanto. Supongo que una vez más, tendré que conformarme con las llamadas improvisadas, las cartas inesperadas y la incierta cuenta atrás para estar de nuevo completamente en casa, «home again», al lado de las personas que llegaron por sorpresa, en medio de mi caos, para hacer mi vida un poco más feliz y bonita,  para hacerme a mí sentir un poco más llena, plena, más entera, más yo.  Mentiría si dijese que no comenzaría de nuevo.

Repetiría siempre. En bucle.

Gracias, Canadá. Hasta siempre, tuya.

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